Huāxyacac, «en la punta del huaje»
Para todos los que me conocen, y para los que aún no tengo el gusto, saben de mi fascinación por el estado de Oaxaca. Yo nací en la Ciudad de México, y no me malinterpreten porque la amo por loca, pero tengo una conexión muy especial con Oaxaca.
Cuando visito la ciudad o la costa mis sentidos se agudizan.
Mi vista se llena de todos esos colores que iluminan las calles, sus parques con la variedad de verdes, las fachadas coloridas de las casas, el arte en las paredes, la ropa que fabrican a mano esas personas que simplemente es arte.
Mi paladar es el más feliz comiendo las tlayudas con ese tan característico sabor a carbón, y ni hablar del mole con su compleja preparación y tan lleno de historia. Ir a sus mercados es simplemente meterte en un mundo de nuevos sabores y olores.
Pareciera que todos los días es fiesta en Oaxaca, caminar un día normal es toparte con una banda de música regional, que simplemente al escucharla te dan ganas de bailar con los títeres gigantes (monos de Calenda) que acompañan la banda. Y la verdad es no te quedas con las ganas… bailas, bailo, bailamos todos bailamos.
Oaxaca es todo eso, Oaxaca es vida.