La fotografía de comida ha sido una gran pasión desde hace varios años para mí. Lograr que una foto te haga salivar, que luzca bien tomando en cuenta que estamos trabajando con ingredientes frescos que pueden cambiar su estado muy fácilmente y que además te logre contar una historia, suena retador para mí, y quien me conoce sabe que me encantan los retos.
En 2020 antes de irme a Bali, le conté a mi amigo Jacques esta idea que me estaba dando vueltas en la cabeza… quería empezar a retratar personas cocinando un platillo que les trajera muchos recuerdos para alguien querido que les inspirara amor puro. Jac me vio y me dijo: quiero que lo hagamos, tómame fotos mientras le cocino a Mauro y a ti (🤍)
Jacques me citó unos días después de nuestra plática en su departamento, me dejaría tomarle fotos mientras preparaba el famoso y nada fácil de pronunciar, boeuf bourguignon, la verdad es que sigo sin saberlo pronunciarlo correctamente. Yo había probado este platillo en el 2019 cuando estuve con él en París, me había gustado tanto que volvimos un par de veces a ese restaurante muy cercano a su apartamento en esa ciudad.
El día llego y toqué a su puerta a las 4 de la tarde, a esa hora me citó y a esa hora llegué porque la puntualidad y yo somos grandes amigas. Después de abrazarlo a él y a mi amigo Mauro, fui a abrazar fuertemente a su perrito Luke. Esos abrazos apretados son casi ritual entre nosotros cada vez que nos vemos, así que cuando el ritual terminó, me puse a preparar mi cámara mientras el sacaba los ingredientes del refrigerador.
Preparar este platillo tan complejo por la cantidad de pasos a hacer le tomaría varias horas, así que una copa de vino nos acompañaba mientras lo veía cocinar. Y la verdad que una copa de vino siempre acompaña nuestras pláticas.
Mi cámara no paraba de tomar fotos mientras el pelaba las papas para el puré. Cortó en trozos pequeños zanahorias, cebolla, champiñones. Coció y cortó tocino. Secó cada trozo de carne con un toalla de papel para quitar el exceso de humedad y después la coció poniendo un poco de harina.
Mas que contarme a detalle la receta, porque yo directamente la estaba viendo, me contó que su mamá tenía un restaurante en Francia, es de ahí donde aprendió a cocinar, y no porque sea mi amigo, pero la verdad es que lo hace muy bien.
Pasamos varias horas frente a la hornilla de la estufa mientras metódicamente fue agregando y mezclando cada uno de los ingredientes en su querida le creuset que le regaló su madre, que me ha dejado muy claro que hay ciertos platillos que si no se cocinan ahí no saben igual y yo le creo. Sazonó, agrego el vino tinto, y hubo algunos ingredientes secretos que lamento no poderles decir porque son su toque personal.
No tienen idea del aroma de su hogar en ese momento, Mauro ya estaba nervioso y nos acompañó con una copa de vino, y yo yo no sé si estaba más concentrada en las fotos o en los ruidos que mi estómago ya estaba haciendo.
El último paso fue poner la olla dentro del horno y esperar unos minutos más, minutos eternos debo confesar, porque eran ya casi las 10 de la noche, moríamos de hambre y la casa estaba bañada en ese ambiente francés que hacía que a cualquiera se le derritiera el paladar.
La comida estuvo lista, y no queda mucho más que decir que superó totalmente nuestras expectativas, y vaya que eran altas. La delicadeza del platillo francés, la mezcla de todos los sabores y el toque de su hogar.
Siempre he creído que una gran forma de demostrar tu amor a los otros es cocinarles, no sé cómo explicarlo, pero la comida sabe diferente, y así nos supo esa noche.
¡Gracias, Jacques!